Cuando
mi mujer decidió dejarme me quedé anclado en este pueblo azul. Aquí el viento sopla cuatro días a la semana
y parece que a uno el alma se le pierde detrás de la bahía. “Al final de
cuentas” intenté consolarme, “estamos aquí para perder”. Desperté durante los largos meses de
invierno cada día en soledad, extrañando el cuerpo de ella, su
insomnio triste, la voz de los niños al atardecer y el fuego en invierno para
animar las almas desnudas en un hogar.
Al
cabo de un tiempo, resuelto a dar por
tierra una etapa y comenzar otra, pedí una cita con el regidor de Cultura. Como
hombre de letras quería ofrecer al
pueblo mis conocimientos. Se lo comenté a mi mujer. “ Pudrite” me dijo. Me
deseó el fracaso y la muerte con todas sus fuerzas. Es que justo había
descubierto la carta de una amante. Mi mujer llevaba nuestro negocio familiar, con el que se quedó. Todos mis clientes fueron suyos,
se hizo con el control de la economía. No me dejó ver más a las niñas. Se hizo
con el coche familiar. Me quedé sin trabajo y sin dinero. Pensé ir a ver a un abogado pero sentí que
sería inútil. Mi mujer alegaría que tenía una amante (tenía una prueba
contundente), me reclamaría una cuota
alimentaria y posiblemente terminaría preso por no pagarle lo que me reclamaba.
El regidor me atendió sin soberbia.
Era un hombre generoso. Abrió las puertas de un aula y me dijo: “aquí puede dar
clases de literatura a la gente de
nuestro pueblo”.
“
Nuestra casa es extraña” me explicó mientras cerraba la puerta del aula. Me di
cuenta, ensimismado como estaba en mis problemas conyugales, económicos y de
todo tipo, que el regidor regía la cultura del pueblo desde una casa muy particular. Luego de mostrarme el aula donde
daría el curso, me acompañó escaleras abajo. Aparecimos en la planta de arriba.
Cuando descendimos, vimos una sala donde ancianos jugaban a las cartas. “Este
ha sido un hotel y esta casa ha tenido muchos usos” me relató. Cuando pasamos otra
vez por la sala, los ancianos ya no estaban. En realidad ya no
estaba la sala. Luego subimos por otra escalera y nos encontramos en un espacio
amplio, vacío, donde un par de personas mayores miraban la televisión. Giraron y nos miraron con
expresión extraña. El regidor me acompañaba, sin él me hubiera perdido. La casa
me pareció, además de extraña, atravesada por la personalidad del regidor. Un hombre mayor,
tal vez torturado por alguna pena indecible, que llevaba el karma de ser el ama
de llaves de esa casa enorme. “Esta no solo es una casa de cultura” me dijo “Esta
casa refleja el alma de nuestra sociedad y recupera el alma perdida de la gente
que se acerca”. Uno de los eternos y laberínticos pasillos nos llevó al
exterior. “ Ve que las ventanas son todas diferentes “ me hizo observar. “Solo yo conozco estos pasillos, donde está
cada ventana, como se puede uno ubicar y perder en esta casa, solo yo tengo
todas las llaves.” De afuera pasamos
adentro otra vez y el regidor no paró de contarme historias sobre las salas y
espacios intermedios que fuimos atravesando. “Cada sala guarda un recuerdo”
dijo. “La memoria nos ayuda a exorcizar el presente y proyectarnos”, como si
fuera el autor de un relato del que formábamos parte. Nos detuvimos en una sala oscura, dotada de
una ventana pequeña. Una sala grande, circular,
sin más elementos que una mesa redonda en medio del espacio vacío y una silla. Vi
sentado a alguien que parecía mi ex mujer en la sala, pero se desvaneció. “
Esta sala circular está en el centro de todos los laberintos de la Casa de
cultura. Es el corazón que re significa
la historia” , me explicó. “ En esta
sala” comentó el Regidor, “se catalizan
las energías de los nuevos habitantes de nuestro pueblo. Aquí se quedan
sus recuerdos más recientes. Los que los han traído hasta aquí. En la
última semana dos senegaleses que habían perdido a su mejor
amigo cruzando el mar, un pensionado
belga que llegó a refugiarse por la muerte repentina de un hijo, una mujer
golpeada amenazada de muerte por su marido. una joven africana que había
perdido el habla salvaron su alma en esta sala vacía y comenzaron una nueva
vida en el invierno de nuestro pueblo azul. La bahía repara sus penas, los hace vivir. Permanezca cinco minutos y lo vivirá usted mismo. Mi ex mujer , ahora sí estaba seguro que era
ella, giró y me miró con una sonrisa enigmática, estilo Gioconda. Mis tres
hijas aparecieron desde atrás de un armario, como si provinieran de un país
extraño, Narnia, o el País del Nunca Jamás. Me quedé un rato en esa sala
desnuda hasta que me desvanecí. Ahora era
definitivamente parte de la bahía azul. Navegaba en una partícula de viento y
me quedaba aquí para siempre. En mi nueva vida había muerto la angustia. La
sala circular de la casa laberíntica la
había abducido. Allí se quedó mi antigua vida, junto con todo lo que había amado.
Regresé
a casa al mediodía. En la puerta estaba aparcado el coche familiar, las niñas
jugaban en la vereda. Mi ex mujer se había sentado en la galería. “ He traido
algo para comer” dijo.
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