15/9/12

Sala circular



Cuando mi mujer decidió dejarme me quedé anclado en este pueblo azul.  Aquí el viento sopla cuatro días a la semana y parece que a uno el alma se le pierde detrás de la bahía. “Al final de cuentas” intenté consolarme, “estamos aquí para perder”. Desperté durante los largos meses de invierno  cada día  en soledad, extrañando el cuerpo de ella, su insomnio triste, la voz de los niños al atardecer y el fuego en invierno para animar las almas desnudas en un hogar.

Al cabo de un tiempo,  resuelto a dar por tierra una etapa y comenzar otra, pedí una cita con el regidor de Cultura. Como  hombre de letras quería ofrecer al pueblo mis conocimientos. Se lo comenté a mi mujer. “ Pudrite” me dijo. Me deseó el fracaso y la muerte con todas sus fuerzas. Es que justo había descubierto la carta de una amante. Mi mujer llevaba  nuestro negocio familiar, con el  que se quedó. Todos mis clientes fueron suyos, se hizo con el control de la economía. No me dejó ver más a las niñas. Se hizo con el coche familiar. Me quedé sin trabajo y sin dinero.  Pensé ir a ver a un abogado pero sentí que sería inútil. Mi mujer alegaría que tenía una amante (tenía una prueba contundente),  me reclamaría una cuota alimentaria y  posiblemente terminaría  preso por no pagarle lo que me reclamaba.
             
El regidor me atendió sin soberbia. Era un hombre generoso. Abrió las puertas de un aula y me dijo: “aquí puede dar clases de literatura  a la gente de nuestro pueblo”.
“ Nuestra casa es extraña” me explicó mientras cerraba la puerta del aula. Me di cuenta, ensimismado como estaba en mis problemas conyugales, económicos y de todo tipo, que el regidor regía la cultura del pueblo desde una casa muy  particular. Luego de mostrarme el aula donde daría el curso, me acompañó escaleras abajo. Aparecimos en la planta de arriba. Cuando descendimos, vimos una sala donde ancianos jugaban a las cartas. “Este ha sido un hotel y esta casa ha tenido muchos usos” me relató. Cuando pasamos otra vez  por la sala,  los ancianos ya no estaban. En realidad ya no estaba la sala. Luego subimos por otra escalera y nos encontramos en un espacio amplio, vacío, donde un par de personas mayores miraban  la televisión. Giraron y nos miraron con expresión extraña. El regidor me acompañaba, sin él me hubiera perdido. La casa me pareció,   además de extraña, atravesada por  la personalidad del regidor. Un hombre mayor, tal vez torturado por alguna pena indecible, que llevaba el karma de ser el ama de llaves de esa casa enorme. “Esta no solo es una casa de cultura” me dijo “Esta casa refleja el alma de nuestra sociedad y recupera el alma perdida de la gente que se acerca”. Uno de los eternos y laberínticos pasillos nos llevó al exterior. “ Ve que las ventanas son todas diferentes “ me hizo observar.  “Solo yo conozco estos pasillos, donde está cada ventana, como se puede uno ubicar y perder en esta casa, solo yo tengo todas las llaves.”  De afuera pasamos adentro otra vez y el regidor no paró de contarme historias sobre las salas y espacios intermedios que fuimos atravesando. “Cada sala guarda un recuerdo” dijo. “La memoria nos ayuda a exorcizar el presente y proyectarnos”, como si fuera el autor de un relato del que formábamos parte.  Nos detuvimos en una sala oscura, dotada de una ventana pequeña.  Una sala grande, circular, sin más elementos que una mesa redonda  en medio del espacio vacío y una silla. Vi sentado a alguien que parecía mi ex mujer en la sala, pero se desvaneció. “ Esta sala circular está en el centro de todos los laberintos de la Casa de cultura. Es el corazón que  re significa la historia” , me explicó.  “ En esta sala” comentó el Regidor,  “se catalizan las energías de los nuevos habitantes de nuestro pueblo. Aquí se quedan sus  recuerdos más recientes.  Los que los han traído hasta aquí. En la última semana  dos  senegaleses que habían perdido a su mejor amigo cruzando el mar,  un pensionado belga que llegó a refugiarse por la muerte repentina de un hijo, una mujer golpeada amenazada de muerte por su marido. una joven africana que había perdido el habla salvaron su alma en esta sala vacía y comenzaron una nueva vida en el invierno de nuestro pueblo azul.  La bahía repara sus penas, los hace vivir.  Permanezca  cinco minutos y lo vivirá usted mismo.  Mi ex mujer , ahora sí estaba seguro que era ella, giró y me miró con una sonrisa enigmática, estilo Gioconda. Mis tres hijas aparecieron desde atrás de un armario, como si provinieran de un país extraño, Narnia, o el País del Nunca Jamás. Me quedé un rato en esa sala desnuda hasta que me desvanecí.  Ahora era definitivamente parte de la bahía azul. Navegaba en una partícula de viento y me quedaba aquí para siempre. En mi nueva vida había muerto la angustia. La sala circular de  la casa laberíntica la había abducido. Allí se quedó mi antigua vida,  junto con  todo lo que había amado.

Regresé a casa al mediodía. En la puerta estaba aparcado el coche familiar, las niñas jugaban en la vereda. Mi ex mujer se había sentado en la galería. “ He traido algo para comer” dijo.

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