31/8/12

Por diez euros




El poeta salió a la ciudad de piedra, a recorrer los espacios vacíos de un domingo que amenazaba con ser tórrido. Salió huyendo de su casa,  a integrarse a un paisaje que le era conocido. Un paisaje interior y a la vez de puentes y ríos tan concretos como su último sueño.
“ Soñé con alguien parecido a Sonia Braga” me dijo y se acercó al río desde el borde del puente. Recorrimos las arcadas de piedra en la mañana vacía. Después de las 10 ya había tiempo para un café o para libreros que exponían los últimos vestigios de textos impresos. Restos simbólicos de la acción de escribir a los que el poeta se aferraba como quien se aferra a una balsa. El poeta, loco y maldito, recorre esas arcadas  y esos libros como si fuera el dueño de la ciudad. Lo acompaño entre esas piedras, en esa mañana de domingo que despunta como su sueño. “ Sonia Braga me besaba. ¿Has pensado en la continuidad entre sueño y fantasía? …” dijo y se sumió en ese sueño mientras observa una mujer bahiana, morena, fatídica y de labios carnosos en la esquina, dentro de un bar apenas cerrado en la mañana que despunta. Su alma no ha descansado. Está buscando a su ego reflejado en un diario de la ciudad. Quiere mimetizarse con la ciudad, quiere ser etéreo en el alma de sus leyendas. Quiere ser recordado, inmortal, imperecedero. Quiere tener entre sus brazos a la leona y todas las demás fábulas que habitan las calles de la ciudad. No entiende cuáles son sus últimos pasos ni sus primeras palabras, no entiende cual es el destino de todo hombre mortal que en cualquier momento se tuerce y se despeña por el río como un cadáver.

Lo veo venir al librero. Le veo los ojos inyectados de odio visceral por el extranjero. Le veo apoyar el cuchillo en la yugular. Como si fuera un espacio tridimensional cinematográfico, como si tuviera los lentes de colores observo como la punta se clava en el cuello del poeta. Y el poeta cae sangrando, las piedras se llenan de sangre de su yugular. “ Me debe diez euros hace meses”  explica el librero. “ Me había comprado el tratado de psiquiatría ese, me timó, tiene lo que se merece”. Los demás libreros miran impávidos mientras algún transeúnte se atreve a llamar a la policía. La ciudad no ha alterado su ritmo. A nadie le preocupa la sangre de un inmigrante. De un simple poeta muerto por deudas. Matar por deudas se ha convertido en algo común. Aunque se trate solo de un libro, aunque solo se trate de un tratado de psiquiatría que el poeta usa en su trabajo con locos. Aunque solo se trate de un asesinato en la ciudad despierta un domingo. Es un asesinato y hay que hacer el ritual: recoger el cadáver, investigar quien fue, publicar su nombre en el diario. Analizar las causas y las consecuencias del hecho.

Sé quien fue. Ví venir al librero, oí su explicación, " por diez euros". Vivo con ese hecho atroz en la conciencia. No quiero opacar  la fama ni la inmortalidad del poeta. Su ego reflejado al fin en el diario de la ciudad. “ Un timador menos” escucho decir a otro librero y sonrío. Al fín la ciudad lo conoce, me digo. Al fín puede escapar de ser vencido por el soborno y el deseo implacable del sistema. "Ahora es libre", pienso y recorro el puente de piedra leyendo el diario, al domingo siguiente. Recorro el hecho, consuelo a la viuda y al hijo, me aferro a la noción de inmortalidad. “ Murió por diez euros” reza el titular y entre las barras del puente veo a aparecer a Sonia Braga, que le da un último beso al poeta y lo inmortaliza en la ciudad de piedra. 

Ariel Halac, L´Escala, 28 de agosto 2012 

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