3/8/12

La misma pregunta


Se pasó diez años reclamándole al cartero una carta de amor de un amor joven y apuesto, y repitiéndole la misma pregunta: “¿Nunca lo voy a tener?”
Si bien no era tan joven y los años juveniles le habían quedado ya en el recuerdo, aún preservaba el brillo en sus ojos, el dulzor en su sonrisa y esa manera de tratar a las personas haciéndolas sentir únicas.
Ella no quería recibir una carta de amor que la llevase al matrimonio, quería recibir una carta que la hiciera sentir plenamente elegida por un hombre, al menos por uno de ellos.
Su vida era monótona: por la mañana, muy temprano, abría el bar a las 6 cuando empezaban a llegar los primeros clientes, y doce horas más tarde se iba a casa, a prepararse para el día siguiente. Sus amigas casi no contaban con ella para sus salidas, pues sus respuestas eran siempre las mismas: “esta noche no puedo, me tengo que acostar temprano. No te olvides que me levanto a las 5”.
Poco a poco se había sumergido en su propia jaula solitaria y ya no cantaba su alegre trino de pájaro libre. Su esperanza de abandonar aquellos barrotes era la correspondencia; pero el repartidor sólo tenía para ella facturas de agua, gas, electricidad y teléfono.
Esa mañana el cartero pasó cerca del mediodía, hora en que había mucho trabajo en el bar, y ella no pudo prestarle mucha atención. Guardó los sobres debajo de la caja registradora y sólo alcanzó a repetir su frase de todos los días: “¿Nunca me va a traer una carta de amor?”.
A eso de las 3 de la tarde, después de comer, el perfume de uno de los sobres le llamó la atención al punto de decidir abrirlo. La misiva había sido tipeada en una vieja máquina de escribir Olivetti y en una hoja de papel con aroma a colonia masculina: la carta más romántica con que puede soñar una mujer: Sus miradas, sus relatos, sus posturas y hasta sus quejas se reflejaban en aquella descripción llena de dulzura, escrita de manera anónima por quien la consideraba “la mujer de sus sueños”. La carta no tenía remitente y el cartero, por supuesto, no tenía idea de quien la habría podido enviar.
Desde aquel día su olfato incomparable no se detiene ante los miles de perfumes masculinos que entran al bar. Sólo quiere encontrar a su mancebo.
El cartero, en tanto, sigue recibiendo cada día la misma pregunta: “¿Nunca lo voy a tener?”.

Ángel Eusebio - Girona, 22-08-2003 
   

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