2/8/12

Me quedo, me voy

Horóscopo - Pedro Halac
El tío Pepe permanece abierto siempre. Sobre todo en verano. Los girasoles se han marchitado de calor. Un bosque ha ardido cerca. El último hidroavión pasa rumbo al desastre. En el silencio de la mañana, luego de cuatro cañas, el argentino parece pensar con la cabeza fría. Me quedo, me voy. Me quedo, me voy. El reloj sobre la barra pendula al ritmo de su oscilación: me quedo, me voy, me quedo, me voy. El argentino se pregunta si tiene sentido quedarse ahí, esperando el próximo incendio. Tal vez ardan los girasoles, los pinos, el tío Pepe y será demasiado tarde si eso sucede. El argentino toma un manojo de servilletas y con una birome gastada redacta una carta, solo para aclararse la mente y dirigirse a alguien:
“He llegado a este bar de noche. He permanecido aquí y he visto el amanecer. Durante esta madrugada se me han aparecido todos los desamparados. Los niños, los que no tienen comida. Los que se arrastran por las calles desnudas. Los que no pueden moverse por sí mismos. Los ancianos a punto de expirar. Los golpeados. Las mujeres que esperan una señal para seguir sosteniendo a hombres muertos en vida. Los que están en sus casas esperando que alguien los llame para dejar de esperar. Los que no tienen ninguna oportunidad. Los que esperan el vacío. Los que callan. Los que lo pierden todo. Los que se  quedan. Los que no tienen voz. Se me han aparecido todos ellos. En nombre de ellos pido justicia. Si no hay nadie que escuche, si no hay quien se incline con respeto frente al dolor, la pérdida, la ausencia, el vacío, es mejor callar. Pero el silencio también habla. Porque todos somos responsables de esta tierra. Todos cuidamos nuestro bosque que se quema sin remedio. Todos nos responsabilizamos de nuestros niños que crecen sin destino. Todos nos hacemos cargo de nuestros inválidos que no pueden desplazarse sin nuestra ayuda. Si no, no tiene sentido. Señores, hagan algo. No ustedes. Nosotros. Hagamos algo. Nos hagamos cargo de lo que olvidamos en una carrera que ha perdido el sentido. Es el momento. Nadie nos representa. Estamos solos. Y como individuos conscientes que somos, aquí estamos para nacer y para cuidarnos. Si no, esto pierde el sentido. Es mejor callar. Pero el silencio también habla. Y al silencio, nadie lo hará callar”.
El argentino termina su carta e intenta mirar de frente otra caña. Es la quinta  de la mañana y el tren de las doce lo puede llevar a algún sitio de olvido. A la esperanza. O al vacío. El argentino mira el reloj y decide: me quedo, me voy. Me quedo, me voy.


Ariel Halac - La Escala, 31-07-2012

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